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miércoles, 3 de junio de 2009

Lo natural y lo forzado





"El equilibrio se alcanza
percatándose de cómo
se pierde el equilibrio".

John Welwood

Las palabras necesitan definirse con cuidado para evitar que transmitan exactamente lo contrario de lo que queremos decir. Como porque estoy hambriento: ¿ me comporto con naturalidad, o bajo la fuerza del hambre? Veo una golosina y le echo mano: ¿es natural, o me impulsa la expectativa de satisfacción? No estamos todos de acuerdo sobre si la causa de mi impulso es interior o exterior. Y, más importante aún, tampoco estamos de acuerdo sobre si el acto subsiguiente es natural o forzado.
En ciertos actos, somos conscientes de algo parecido a ´¨ soltar los frenos ¨; en otros, tenemos que poner en marcha nuestra máquina ejecutiva, mientras que en otros nos encontramos actuando antes de saber lo que estamos haciendo. En general, es más o menos indiferente cómo hacemos las cosas, pero para quien las hace es de la mayor importancia.
La noción de naturalidad es subjetiva y relativa, y sólo un observador experto puede distinguir si un acto determinado es natural o forzado. Depende de la sensación interior de resistencia que se experimente al actuar o al inhibir la acción. Así, podemos tener la costumbre de llamar a alguien ¨¨ cariño ¨¨ aun sintiéndonos por dentro reacios, lo que quita sinceridad al apelativo. Puede no haber demora ni vacilación manifiesta al pronunciar esta palabra; aun así, consideraremos forzado el acto por la resistencia interior que lo acompaña. El grado de resistencia que veamos depende en gran medida de nuestra experiencia y de los hábitos mentales formados. Matar un pollo es para algunos un acto tan simple como comerlo. Para otros, puede resultar casi imposible y, si se obligan a hacerlo, quizá entren en tal agitación sentimental que sean incapaces de comer ese pollo, aunque la próxima vez a lo mejor no tengan ninguna dificultad para comer un pollo asado pedido en un restaurante.
Estos ejemplos, aun triviales, son instructivos porque muestran claramente la importancia de la experiencia en la formación de la conducta natural. Además, muestran que es muy corriente el choque de motivos muy próximos, que se encuentran, por decirlo así, en compartimentos estancos. Pero a veces se presentan circunstancias que rompen estos muros de separación, y ese choque debe resolverse para poder seguir viviendo en paz con nosotros mismos. Por tanto, la conducta natural, tal como la hemos definido, sólo es posible mientras el medio sea suficientemente invariable. En estas circunstancias no nos damos cuenta de estas pautas contrarias que coexisten pacíficamente, pero a las que nunca se recurre a la vez.
Si tenemos poca experiencia en la resolución de estos conflictos, pueden presentarse unas circunstancias que nos hagan afrontar de golpe una crisis grave mientras todos los que nos rodean y no se hallan implicados personalmente ( es decir, no les chocan tales circunstancias) siguen completamente impávidos. Estos conflictos internos, como el amor y las conveniencias, la objeción de conciencia y la guerra, la empresa privada y los consorcios, la universalidad del conocimiento humano y el secreto científico, etc, no tienen solución general, porque el razonamiento de cada uno depende de su historia personal y de los hábitos mentales formados. Lo importante para uno es de poca consecuencia para otro, y las comparaciones con la conducta de los demás no sirven de mucho al tratar de resolver los problemas personales. A menudo, el querer imitar la conducta de otros no hace más que complicar la cuestión y dificulta mucho más el encontrar la solución justa para el interesado.
La naturalidad es, en efecto, una noción muy relativa y subjetiva. El animal de una especie con fuertes instintos tiene muy poca intervención particular en lo que hace. En condiciones normales, se conduce casi siempre con poca resistencia interior o, en circunstancias excepcionales, lo cazan, hieren o matan. Entre los hombres, el grueso de cuya actividad se compone de actos aprendidos, se presenta un tipo de actividad que puede definirse mejor como actividad potente. Es la clase de conducta que encontramos en las personas en plena madurez. Con el desarrollo del dominio voluntario, aprendemos paulatinamente a depender de nosotros mismos y a decidir de cuánto placer estamos dispuestos a prescindir al no seguir los hábitos mentales y de acción que se nos han inculcado y cuántos disgustos estamos dispuestos a arrostrar obrando en contra de ellos. En resumen, vamos tomando responsabilidad sobre nuestros propios actos. Faltando esta madurez, retrocedemos a la resistencia pasiva, cumpliendo en parte nuestro desafío y en parte nuestra obediencia al hábito. En los planos vitales en que nuestra madurez está menos desarrollada, seguimos obrando compulsivamente: hacemos (o no hacemos) cosas sabiendo perfectamente bien que queremos justo lo contrario. En estas circunstancias, aparece la impotencia. Por eso tiene importancia investigar con detalle cómo aprendemos a actuar, como surgen los conflictos internos y cómo se manifiestan, de modo que estemos mejor equipados para afrontar la impotencia cuando se presente.
Desde nuestro primeros momentos de vida podemos distinguir dos clase de actos: 1) aquellos en que se nos deja hacer a nuestro modo, como cuando aprendemos a hacer nuestras necesidades; y 2) aquellos que excitan sentimentalmente al adulto que nos cuida y nos anima a continuarlos o nos desanima lo mejor que puede y sabe. No es exacta la clasificación de estos actos, es decir, aquellos en que se nos deja hacer a nuestra manera provocan de repente la intervención del adulto, y viceversa, los actos que antes se vigilaban rigurosamente se dejan de golpe a su propio curso. De ello salimos con: 1) un conjunto de comportamientos a los que se asocia un tono sentimental relativamente bajo, y 2) otros a los que siempre acompaña una elevada tensión sentimental.
Los primeros actos se ejecutan en su marco normal sin ninguna prevención especial, y podemos abstenernos de ellos con la misma facilidad. Podemos repetirlos sin experimentar fuertes sensaciones de ningún tipo, o podemos abstenernos por completo de ejecutarlos. Pocas veces implican vacilación. En resumen, son los actos más naturales que somos capaces de asumir y constituyen el grueso de la actividad de los adultos normales.
Los otros actos, los que se desarrollaron bajo una prolongada tensión sentimental, o que pasaron muy bruscamente de un grupo al otro, o aquellos a los que no se dejó quedar nunca en un grupo ni en el otro ( por la irregularidad de conducta del adulto), siguen asociados a una gran intensidad sentimental. Los niños a los que siempre se ha armado escándalo con la comida, el vestido y el aspecto seguirán asociando gran intensidad sentimental a estas cosas, a menos que hayan aprendido a no hacerlo. Al ejecutar tales actos notamos un impulso a detenernos. Como el impulso a cumplirlos es más fuerte que el impulso a no cumplirlos, los ejecutamos forzados bajo tensión sentimental. Al abstenernos de ellos, notamos el impulso de realizarlos..., y los realizamos compulsivamente. En la conducta compulsiva, notamos resistencia y tensión interior, nos encontramos tensos al obrar como lo hacemos. Esta tensión se manifiesta siempre en los músculos de la cara, del cuello, del abdomen y de los dedos de las manos y pies, y puede detectarse fácilmente si lo intentamos.
Examinemos un ejemplo ordinario. A todo niño lo han levantado a veces bruscamente por encima de la cabeza. La primera vez que se lo hace se sonroja, contiene el aliento y contrae los flexores, es decir, se encoge y se dispone a llorar. Sin embargo, la mayoría de los padres lo hacen para divertir al niño, de modo que le dejan tiempo para darse cuenta de que no es peligroso. El niño se tranquiliza, sonríe y, si la primera prueba no fue demasiado brusca y no provocó una sensación muy desagradable, normalmente volverá a pedir que lo levanten una y otra vez. Encontrará la repetición cada vez más atractiva, porque habrá aprendido ya a contraer los músculos abdominales a tiempo para evitar las inminentes palpitaciones del corazón. Contendrá la respiración cada vez menos y pronto sabrá acomodar su cuerpo de modo que pueda evitar la sensación desagradable. La capacidad de hacerlo es en sí misma una sensación agradable: es una nueva experiencia, y el niño ha aprendido algo.
Vemos, pues, cómo aprende el niño pautas corporales que lo capacitan para evitar y dominar el comienzo de una sensación desagradable mediante experiencias que le han permitido juzgar por sí mismo cuánto es lo que puede soportar de desagradable. Pronto conseguirá elevar el listón y todo pasará a un franco olvido, como pasan todas esas cosas.
El cuerpo tiene que adaptarse para afrontar todas las excitaciones, sean agradables o desagradables. Nos hace falta preparar de alguna manera la cavidad abdominal y la respiración antes de poder afrontar que nos hagan cosquillas, nos columpien y nos giren. Si este aprendizaje no es demasiado brusco, la reacción del cuerpo se hace cada vez más automática, implicando cada vez menos respuesta sentimental. Luego aprendemos a dominar las reacciones del cuerpo hasta poder experimentar placer en que nos giren o nos columpien, según como preparemos el cuerpo en cada momento.
De adultos, la expectativa de una sensación intensa sigue haciendo que tensemos los músculos abdominales y contengamos el aliento, porque esto ayuda a frenar la aceleración del pulso y las demás reacciones desagradables del cuerpo en tales casos. Nos defendemos así contra la exagerada intensidad de la sensación, agradable o desagradable. Si la sensación esperada es desconocida, inexperimentada, tensamos el cuerpo lo suficiente para poder arrostrarla y disponernos a recibir la mayor intensidad posible.
De esta manera, aprendemos a afrontar en la vida la mayor parte de los acontecimientos. Las sensaciones experimentadas, conocidas y repetidas a menudo se hacen habituales. Al final, dejamos de prepararnos a ellas: no tensamos los músculos más de lo necesario para cumplir la acción pretendida y no contenemos la respiración. Pero las sensaciones que no hemos aprendido a afrontar, las que hemos aprendido mal y, más importante, las inesperadas e inexperimentadas siguen provocando una tensión corporal compulsiva. Esta tensión se forma por la expectativa de un placer intenso o de un dolor intenso. En un caso u otro, el cuerpo se encuentra en un estado de angustia. Es una angustia que se presenta en una acción forzada y aparece antes de que podamos remediarlo. Debiera ser objeto de la educación eliminar estos estados compulsivos y ayudar a adquirir la capacidad de acción potente, esto es, poder dominar las excitaciones del cuerpo y obrar como en el caso de la acción natural. La clara comprensión del mecanismo general y la historia personal de cada caso individual, más el necesario saber gobernarse, serán de gran provecho para preparar unas condiciones satisfactorias de maduración.
Cuando la educación ha fallado, toda angustia se debe en definitiva a la compulsión interior a actuar o frenar la acción. Y se siente compulsión cuando choca el móvil de la acción, es decir, cuando la pauta habitual que se puede cumplir se advierte que compromete la propia seguridad. La sensación de seguridad está relacionada con la idea de sí mismo que se ha cultivado durante el período de dependencia. Así, para algunas personas su buen aspecto y, para otras, la absoluta falta de egoísmo, la virilidad absoluta, ideas de superhombre, la bondad absoluta y toda clase de comportamientos, hábitos mentales y nociones imaginarias, inverificables, han servido como medio de obtener afecto, aprobación, protección y solicitud. Se siente compulsión cuando cualquiera de estos medios amenaza ser ineficaz, el interesado se siente en peligro y que le falta todo medio de protección. Cuando hay un peligro real, sin medios de defensa, la consecuencia puede ser la eliminación verdadera. En casos de compulsión interior, la única consecuencia posible es el derrumbamiento interior, puesto que no hay peligro real. Normalmente la angustia que se experimenta frente a un peligro real la experimentaríamos la mayoría de nosotros. Pero la angustia debida a una compulsión interior no tiene una razón manifiesta. Se halla asociada esencialmente con los medios de obtener seguridad que se ha formado uno durante su historia personal.
Conforme disminuye la dependencia del adulto, nos hacemos cada vez más potentes, o sea, dejamos de obrar siguiendo pautas establecidas anteriormente. Sentimos que podemos aventurarnos a aplicar las experiencias que creemos convenientes y podemos rechazar las demás, o probar nuevas pautas, y estamos dispuestos a purgarlo. Durante la maduración tenemos la oportunidad de averiguar hasta donde podemos llegar en el abandono de las pautas habituales adquiridas en el período de dependencia. El fin de la educación debiera ser ayudar al individuo a alcanzar el estado de un ser en evolución, debiera facilitarle el cortar los lazos habituales de dependencia o, por lo menos, hacer menos doloroso el mantenerlos cuando el buen juicio lo exija. La educación que no alcance este objetivo habrá fracasado. Entonces la madura independencia llegará a ser una misión pesada y fatigosa y una lucha continua consigo mismo.
Las personas con dificultades sentimentales suelen dudar de si son normales o no. Continuamente las devuelven a esta duda las extrañas y desagradables sensaciones que experimentan al realizar compulsivamente ciertos actos sencillos que tienen poca importancia para otras personas. Se tensan; sus músculos flexores suelen contraerse y quedar contraídos mucho tiempo; y a menudo parece como si fuesen a marearse. Enrojecen o palidecen, sudan sin motivo aparente o se les seca la boca, necesitan evacuar los intestinos o la vejiga sin necesidad verdadera; o tienen una sensación de caída en la boca del estómago, o palpitaciones. Algunos sienten que van a desmayarse, que pueden perder el sentido, o van a reventar, o cualquier mezcla de estas sensaciones o semejantes. Los que padecen cierto tipo de impotencia, y especialmente los varones que adolecen de impotencia sexual y las mujeres incapaces de tener un orgasmo completo se reconocerán fácilmente en uno u otro de los síntomas que hemos enumerado. La mayoría de estas sensaciones pueden provocarse también mediante una fuerte estimulación del aparato vestibular del oído, rápidos movimientos giratorios de la cabeza o intensa oscilación del cuerpo, así como un brusco descenso o subida. De hecho, los propensos a estas sensaciones no gustan de giros y oscilaciones fuertes y prolongadas y, en general, de ninguna aceleración intensa. A veces es tan grande su disgusto que evitan tales movimientos incluso en su conducta cotidiana, en su paso, al volverse y al inclinarse. Podemos reconocer la persona muy estirada en la disposición muscular a envararse, a fin de evitar cualquier movimiento que pueda provocar estas sensaciones desagradables. Tiene que estar pronta a refrenar y dominar su cuerpo para no entrar en el súbito e irrefrenable movimiento que tanto teme.
No hay nada esencialmente anormal en todo esto, salvo la seriedad con que se considera y la intensidad y la constancia de las sensaciones. La cuestión es de grado, no de cualidad, como en la mayoría de los trastornos, especialmente los sentimentales. Las intensas aceleraciones, lineales o giratorias, producirán siempre una intensa irritación desagradable del aparato vestibular, náusea, liviandad, y demás. Pero la exagerada sensibilidad de algunas personas, y la importancia que ésta tiene en sus vidas, necesita más explicación.




Moshe Feldenkrais

El Poder del Yo

PAIDOS

miércoles, 13 de agosto de 2008

El viaje del SELF


Técnica F.M.Alexander


No vemos la vida como es, la vemos como somos. Porque hemos llegado a ser tan distorsionados desde adentro, que no somos capaces de separar nuestro “self” orgánico de la existencia habitual. Para experimentar una libertad total, debemos aprender a alinear nuestro cuerpo con el “self consciente”. F.M.Alexander descubrió que existe en el cuerpo humano una “conciencia” que no es cultivada, como resultado hemos caído víctimas de nuestro comportamiento habitual y hemos desarrollado un darse cuenta sensorial equivocado. Esto significa que la forma que pensamos y sentimos no está conectada con como somos realmente, internamente. Esta apreciación sensorial equivocada tiene que ser reparada antes de que podamos declarar nuestra verdadera identidad. ¿Cómo aprender a remover la máscara, y liberar el ‘’’self’’ que está detrás, para que nuestra vida pueda ser experimentada en su totalidad orgánica? La existencia habitual está enclavada dentro de nuestra armazón física, lo que nos guía a creer que estamos en lo cierto en nuestro juicio de la vida, que estamos en control, hasta que nos prueben lo contrario. Vivir como una totalidad, en un cuerpo libre conscientemente dirigido, requiere una gran responsabilidad sobre la vida física, no estar dependiendo de otro sino de uno mismo. Hay toda clase de gurúes y manipuladores a quienes recurrimos, en momentos de desesperación e inestabilidad física. La primera lección que debemos aprender es a no estar desesperado, sino calmar los pensamientos, ponerlos juntos, sostenerlos en la quietud, observarlos antes de decidir sobre el propio camino de vida. Recordar que uno no puede seguir el camino de nadie, más que el de uno mismo. Seguir a otros nos llevará a estar más perdidos de la propia vida. Gurúes y manipuladores viven de la ignorancia humana, aprende a seguirte a ti mismo, confía sólo en ti mismo.

El “self “ es el director y el cuerpo simplemente actúa bajo su dirección. F.M. Alexander no fue un gurú o manipulador, sólo un descubridor del “self”. En su propio caso, él tuvo problemas por la pérdida de su voz, esto condujo a Alexander al descubrimiento por el cual no sólo recobró su propia voz, también tomó conciencia de la ignorancia del hombre sobre su vida física. La técnica que construyó tiene ya 100 años y aún permanece en su infancia. ¿Por qué? Porque el hombre del siglo XX prefiere caminar dormido que estar completamente despierto. Este “darse cuenta” es nada más que la resurrección de nuestro verdadero ser, y cuando este “darse cuenta” salga a la superficie, se verá el verdadero valor del descubrimiento de este hombre, cambiará el nivel de conciencia del hombre, de tal forma que éste no será por más tiempo un esclavo, sino el señor de sus propias funciones corporales y, por lo tanto, de su propio destino.

La técnica de Alexander no requiere ningún hacer, no es movimiento o ejercicio, no nos ponemos un cierto tiempo a trabajar con ella, aprendemos a ser ella. Traemos los principios de la técnica a nuestra vida, aprendemos a no interferir con las leyes naturales del cuerpo, es por nuestra interferencia que el cuerpo pierde su propio desarrollo. Nuestro cuerpo es un instrumento a través del cual vivimos, puede, puede ser capaz de percepciones muy finas y sutiles. Como cualquier instrumento tenemos que estudiar como funciona, y este funcionamiento se piensa a través del método. El método funcionará toda vez que se aplique. No es magia, hace su trabajo en el punto de aplicación. Cuán profundo se aplica depende del propósito y deseos de la persona en cuestión. Si la meta es librarse de un dolor de espalda, lo hará en forma efectiva haciendo consciente el hacer equivocado o “mal uso”, que produce el dolor. Si el propósito es una mayor conciencia de reacciones habituales en otro departamento del “self”, funcionará también y por el mismo proceso. Estamos todos atrapados en la prisión de los hábitos, tenemos hábitos de pensamiento, opiniones fijas no examinadas y prejuicios que determinan nuestra conducta sin que nos demos cuenta. Somos también víctimas de reacciones emocionales, estas son fuerzas directoras muy poderosas. La visión que Alexander tuvo de la posibilidad de la evolución del individuo con el desarrollo de la conciencia y el darse cuenta fue el principal resultado de toda su vida de trabajo. Este aspecto de su trabajo lo coloca en la tradición de los grandes maestros de la humanidad. Así, los dos aspectos de la enseñanza de Alexander son, primero, un medio que permite trabajar las leyes naturales del organismo, y segundo, permitir al maestro de la técnica, una persona diestra en el uso de sus manos, dirigirnos hacia arriba y adelante, y guiarnos en como trabajar sobre nosotros mismos. Y no hay fin en este trabajo sobre uno mismo, uno no puede dominar sino darse cuenta de operar desde un centro que está en descanso, que evoluciona, crece y nutre sólo siendo lo que él es.

Jack Nouril

martes, 4 de septiembre de 2007

Los Sentidos

’Es el cuerpo el que siente verdadera hambre, verdadera sed, verdadero goce en el sol o en la nieve, verdadero placer en el olor de las rosas...
Todas las emociones pertenecen al cuerpo y la mente lo único que hace es reconocerlas.’’
D.H.Lawrence




Una mente que se expande a una idea nueva
nunca vuelve a su dimensión original.
Oliver Wendell Holmes

Cuando nos describimos como seres ‘sensibles’ (del latín sentire, sentir, del indoeuropeo sent-, dirigirse a , ir ; de ahí , ir mentalmente) , lo que queremos decir es que somos conscientes. El significado más literal y amplio es que tenemos percepción sensorial. En inglés existe la expresión To be out of his senses, estar fuera de sus sentidos, para representar la locura. La imagen de alguien arrancado de su cuerpo, vagando por el mundo como un espíritu desencarnado, parece imposible. Sólo a los fantasmas se los representa como ajenos a sus sentidos, lo mismo que a los ángeles. Liberados de sus sentidos, preferimos decir, si lo hemos pensado como algo positivo, por ejemplo, el estado de serenidad trascendental de las religiones asiáticas .Ser mortales y sensibles es a la vez nuestro pánico y nuestro privilegio .Vivimos atados a la traílla de nuestros sentidos. Aunque ellos nos permitan expandirnos, también nos limitan y restringen, pero debe reconocerse que lo hacen hermosamente. El amor también es una hermosa restricción.
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Nos agrada pensar que somos criaturas magníficamente evolucionadas, con nuestro traje y corbata, gente que vive a muchos milenios y muchas circunvoluciones mentales de distancia de la caverna, pero nuestros cuerpos no están convencidos de ello. Podemos darnos el lujo de estar en la cima de la cadena alimentaria, pero nuestra adrenalina sigue fluyendo cuando nos enfrentamos con predadores reales o imaginarios. Incluso alimentamos ese miedo primordial yendo a ver películas de monstruos. Seguimos marcando nuestro territorio aunque ahora a veces lo hacemos con ondas de radio. Seguimos luchando por la posición y el poder. Seguimos creando obras de arte para realzar nuestros sentidos y sumar más sensaciones aún al mundo ya lleno de ellas, de modo que podamos anegarnos en el lujo inagotable de los espectáculos de la vida. Seguimos aferrándonos con doloroso orgullo al amor, el sexo, la lealtad y la pasión. Seguimos percibiendo el mundo en toda su móvil belleza y su terror, allí mismo en el latir del pulso. No hay otro modo. Para empezar a entender la magnífica fiebre que es la conciencia, debemos tratar de entender los sentidos: cómo evolucionan, cómo pueden expandirse, cuáles son sus límites, a cuáles hemos puesto un tabú, y qué pueden enseñarnos sobre el fascinante mundo que tenemos el privilegio de habitar.
Para entender, tenemos que usar la cabeza, vale decir, la mente. En general, se piensa en la mente como algo localizado en la cabeza, pero los últimos hallazgos en psicología sugieren que la mente no reside necesariamente en el cerebro sino que viaja por todo el cuerpo en caravanas de hormonas y enzimas, ocupada en dar sentido a esas complejas maravillas que catalogamos como tacto, gusto, olfato, oído, visión.
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Hay un punto más allá del cual los sentidos no pueden llevarnos. El éxtasis equivale a ser extraídos de nuestra persona corriente, pero implica todavía sentir una conmoción interior. El misticismo trasciende el aquí y ahora en beneficio de verdades más altas que no entran en la camisa de fuerza del lenguaje; pero esa trascendencia es registrada por los sentidos también, como una corriente de fuego en las venas, un estremecimiento en el pecho una entrega en los huesos. El propósito de las experiencias de salida del cuerpo es despojarse de los sentidos, pero no pueden lograrlo. Se puede llegar a ver desde una nueva perspectiva, pero sigue siendo una experiencia de la visión.
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Por conveniencia, y quizá con un encogimiento de hombros mental ante las demandas excesivas de la vida, decimos que hay cinco sentidos. Pero sabemos que hay más, y querríamos explorarlos y canonizarlos. La gente que sabe hallar una veta subterránea de agua probablemente responde a un sentido electromagnético que todos tenemos en mayor o en menor medida. Otros animales, como mariposas y ballenas, viajan en parte leyendo los campos magnéticos de la tierra. No me sorprendería enterarme de que nosotros también tenemos esa conciencia magnética, ya que también fuimos nómades durante gran parte de nuestra historia. Somos tan fototrópicos como las plantas; la luz solar nos revive, y esto debería considerarse un sentido distinto de la visón, con la que tiene poco que ver. Nuestra experiencia del dolor es por completo distinta de los otros orbes del tacto. Muchos animales tienen percepciones sofisticadas, como la infrarroja, calorífica, electromagnética y otras. La mantis religiosa usa ultrasonido para comunicarse. Tanto el cocodrilo como el elefante usan el infrasonido. El ornitorrinco mueve su pico de pato hacia arriba y abajo cuando está bajo el agua, pues lo usa como antena para captar señales eléctricas de los músculos de los crustáceos, sapos y peces pequeños de los que se alimenta. El sentido vibratorio, tan desarrollado en arañas, peces, abejas y otros animales, debería ser más estudiado en los humanos. Tenemos un sentido muscular que nos guía cuando levantamos objetos: al instante sabemos si son pesados, livianos, sólidos, duros o blandos, y podemos calcular cuánta presión o resistencia será necesaria. Somos conscientes todo el tiempo del sentido de la gravedad, que nos dice dónde es arriba y dónde abajo y cómo reacomodar nuestro cuerpo si caemos o trepamos o nadamos o nos doblamos en un ángulo no habitual. Está el sentido propioceptivo, que nos dice en qué posición está cada componente de nuestro cuerpo en todo momento. Si el cerebro no supiera siempre dónde están las rodillas o los pulmones, sería imposible caminar o respirar. Parece haber un complejo sentido del espacio que, en la medida que avancemos en una era de estaciones o ciudades orbitales y viajes prolongados por el espacio exterior, será preciso comprender en detalle.

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Nuestros sentidos también están ávidos de novedades. El menor cambio los pone alertas, y envían una señal al cerebro. Si no hay cambio, si no hay novedad, dormitan, y registran poco o nada. El placer más dulce pierde su encanto si dura demasiado. Un estado constante, así sea de excitación, con el tiempo se vuelve tedioso y se borronea, porque nuestros sentidos evolucionaron para informar sobre cambios, y es lo nuevo y lo sorprendente lo que debe ser evaluado: un bocado que probar, un peligro repentino. El cuerpo considera el mundo como un estratega prudente estudia un campo de batalla complejo, siempre en busca de tácticas convenientes. De modo que no sólo es posible sino inevitable que una persona se acostumbre a los ruidos y la conmoción visual de las ciudades y deje de registrar de modo constante estos estímulos. En cambio, la novedad siempre llamará la atención. Siempre existirá ese momento especialísimo en que uno se enfrenta a algo nuevo y comienza el asombro.
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Comenzó en el misterio y terminará en el misterio. Por mucho que podamos explorar los grandes y pequeños principios de la vida, sus detalles cautivantes, y desentrañarlos y aprenderlos de memoria, siempre habrá vastos campos ignotos que nos atraerán. Si la ignorancia es la esencia de la aventura, siempre habrá ignorancia suficiente para hacer zumbar la vida y renovar nuestro asombro. Hay gente a la que irrita que por mucho y muy apasionadamente que lo estudien, el universo siga inescrutable. ¨Por mi parte¨ , escribió una vez Robert Louis Stevenson, ¨viajo no para ir a alguna parte, sino para ir. Viajo por el viaje mismo. La gran cuestión es moverse.¨ La gran cuestión con la vida es vivir de modo tan variado como sea posible, cultivar nuestra curiosidad como un pura sangre nervioso, montarlo y galopar por las colinas inundadas de sol todos los días. Donde no hay riesgo, el terreno es llano y estéril, y a pesar de sus dimensiones, sus valles, montañas y atajos, la vida carecerá de su magnífica geografía, no será más que una distancia. Empezó en el misterio, y terminará en el misterio, pero ¡qué salvaje y hermoso país hay entre ambos extremos!



HistoriaN atural de los sentidos

Diane Ackerman ( fragmentos del prólogo y postfacio).

Emecé

jueves, 9 de agosto de 2007

’Hombre o mujer,
debo tomar conciencia de que mi cuerpo
es un agregado de miles de millones de células,
todas vivas, todas conscientes,
todas inteligentes, cuya vida profunda, secreta,
siempre ignoraré..”

André van Lysbeth
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CHAKRAS

En la filosofía oriental chakra es el nombre de un centro de energía en el cuerpo. Chakra es una palabra sánscrita que significa ‘’rueda’’ y los clarividentes pueden visualizar estos centros de energía girando como una rueda. Existen varios cientos de estos centros en el cuerpo y muchos acupuntores creen que son los mismos que los puntos de acupuntura en el cuerpo. La mayoría de estos centros de energía se denominan chakras menores y no me referiré a ellos aquí; pero existe un grupo de chakras mayores, en general considerado siete (aunque pueden variar de seis a diez de acuerdo a las diferentes filosofías). Estos se encuentran a lo largo del cuerpo, desde la base de la columna hasta la punta de la cabeza y cuando la gente habla de los chakras por lo general se refiere a los más importantes. Además hay chakras importantes en las manos y en los pies.
La ciencia occidental ha “descubierto” los chakras hace poco tiempo gracias a un instrumento llamado radar ESM, que funciona con ondas sonoras. También han sido tratados a nivel científico utilizando terapia de electro-cristal. Sin embargo, aún hay mucho que aprender sobre este tema desde la perspectiva occidental y la información proveniente de las diversas fuentes filosóficas orientales es a veces un poco contradictoria. Existen diferentes sistemas que explican con exactitud dónde se encuentra cada chakra y con qué tipo de energía trabaja. El hecho de que existan incongruencias en estos sistemas señala la necesidad de una mayor investigación y comprensión de estos importantes centros de energía.
El sistema que yo utilizo y que explicaré aquí es en principio el que aprendí en California cuando me dediqué a la investigación psíquica, con pequeños cambios y agregados de mi propia experiencia. Este sistema se relaciona con la civilización occidental y ha sido de gran ayuda para mi trabajo a lo largo de los años. Considera los chakras funcionando en diferentes niveles de actividad. En primer lugar, el plano mundano en el que las distintas energías de los chakras conforman la estructura fisiológica y psicológica de una persona. Así, cada chakra posee una cualidad psico- física personal. En segundo lugar, cada centro funciona en un nivel psíquico, que hace a la manera en que se recibe la energía proveniente de otras personas y del mundo exterior y cómo se proyecta la propia energía en el plano psíquico. También existe un nivel de funcionamiento espiritual para cada chakra.
La mejor manera de comprenderlos es pensar en ellos como si fuesen un esqueleto de energía para el sistema energético que es el ser humano. Organizan los distintos tipos de energía en ese sistema. Por lo tanto, los chakras y el cuerpo sutil, que incluye numerosas capas de aura, son partes primigenias y fundamentales de nosotros mismos, alrededor de las cuales se organiza el ser físico y psicológico.
Un nivel de manifestación energética de los chakras es visible, es decir el cuerpo. Se tiende a pensar que el mundo real es lo visible, pero esa hipótesis ya no se puede sustentar. La energía de luz nos posibilita ver el mundo físico, aunque sólo una parte mínima de las vibraciones energéticas de ese mundo. Del amplio espectro electromagnético de energía conocido, solo una franja diminuta es energía de luz visible. De la misma manera lo que hace al ser humano es mucho más que lo visible, es decir, al cuerpo.
Cuando recibimos energía terrestre, ésta penetra por los chakras de los pies y viaja por las piernas hasta el primer chakra en la base de la columna. La energía viaja hasta el centro de la misma, a través de cada uno de los chakras, que se sitúan a lo largo de la columna, luego en la cabeza y por último hacia el exterior a través de la coronilla. También fluye por los brazos y hacia fuera por los chakras de las manos.
La energía cósmica que recibimos desde arriba viaja en dirección opuesta. Penetra a través del chakra de la coronilla y se dirige hacia abajo por la columna y hacia fuera por los pies y también los brazos y las manos. En general damos energía con las manos, aunque es posible asimismo captar energía hacia adentro a través de ellas, desde la tierra y otras fuentes.
Además podemos captar o enviar energía a través del aura e interactuamos en forma constante con nuestro medio en ese nivel sutil.



El Arte Del Cambio
Libertad, salud y expresión corporal a través del método Alexander
Glen Park
Libro Guía

martes, 3 de julio de 2007

Surcando con la gravedad

No sé quién sería que descubrió
El agua, pero estoy seguro que
no fue un pez.

Marshall mc Luhan



Campos dentro de campos

El cuerpo es una estructura/ proceso que puede equilibrarse en el campo de la gravedad interrelacionándose e interactuando de tal modo con ella que pareciera que estos huesos anduvieran caminando tan livianamente como si estuvieran montados como un candelabro, tan sueltos como un garrapateo, con movimientos fáciles y gráciles. Danzando, deslizándose. O también puede ocurrir un desentonado con la gravedad, siempre luchando con ella, músculos flexores en una rebelión rígida: las rodillas trabadas y hacia atrás, la pelvis inclinada y la cabeza hacia delante sobre su vértice luchando contra su peso.
Consideren el cuerpo (o mejor aún la mente/ cuerpo, porque únicamente con las palabras podemos separar lo inseparable) como un campo de energía puesto dentro del campo de energía más grande de la gravedad. Las fuerzas incrementándose la una a la otra o cancelándose la una a la otra, cooperando o chocando. El funcionamiento de una persona –mental, física y emocionalmente- depende de cómo su campo personal se relaciona con los campos más amplios en que vive. En breve, el buen funcionamiento depende de si es sostenido por la gravedad (alimentado por ella) o atacado por ella.
La forma humana es anatómicamente una creación arriesgada puesta en el campo gravitacional como una inestabilidad inherente. La gente no está construida ni como los galpones ni como los muros de piedra –o ni siquiera como los cuadrúpedos que tienen apoyo en sus cuatro esquinas -;la gente más bien, es como las pirámides invertidas, equilibrándose aventuradamente. A diferencia de los sonrientes muñecos porfiados, que siempre se levantan desde sus traseros redondeados, el cuerpo humano lleva su centro de gravedad muy alto sobre una sección inferior bifurcada. Para mantenerse erecto hay que hacer ajustes constantemente. Se requiere energía para mantener a uno de estos muñecos tumbados, se requiere energía para mantener a una persona en pie.
La forma humana sacrifica una estabilidad sólida en aras de una relación dinámica con su mundo. Más susceptible a caídas, más dependiente de su equilibrio inherentemente osado, el cuerpo humano ha conquistado una flexibilidad en los movimientos direccionales que no es compartido con otras criaturas. Por ejemplo, la figura tiene la capacidad de girar rápidamente sobre un eje central: puede rotar. En su uso esta capacidad puede ser tan asombrosa como un giro veloz de Dorothy Hamill y/o tan ponderada como el cambio de dirección del mozo que sirve la mesa. Las criaturas de cuatro patas no tienen esa capacidad pivotal de girar, lo que en parte cuenta del humor (y el pathos) inherente en un perro que se persigue la cola o un oso bailando sobre sus patas traseras al son del acordeón.
La fuerza de gravedad actúa sobre un cuerpo en una línea vertical, perpendicular a la superficie de la tierra, la dirección del palo de la bandera. Ese es el punto muerto sobre el que gira Dorothy Hamill y sobre el cual todos nosotros giramos. La simetría con que opera u cuerpo alrededor de ese núcleo determina lo bien que el individuo se relaciona con el campo de gravedad, la plenitud con la que se nutre en la mesa de la gravedad. La relación es una relación dinámica, las diferentes partes del cuerpo, cooperando en el espacio y en la actividad. Ni la “postura” ni todas sus implicaciones de rigidez militar tienen lugar aquí. Estamos preocupados con el uso y el equilibrio en uso.
Cuando las partes del cuerpo están mal alineadas, el equilibrio se resiente y la gravedad es menos amistosa. Comienza la batalla. Los cuerpos así parecen rechazar el acuerdo hecho con la naturaleza; a saber acepta las incertidumbres inherentes a la posición vertical y serás agraciado con una maravillosa facilidad de movimiento.
Los cuerpos que dicen no a esto, están buscando fútilmente la estabilidad en su rigidez. Van tropezando por la tierra sobre piernas insensibles y se paran en la forma más rígida posible, pretendiendo un control ilusorio. Sus hombros se encogen ante el desafío, sus cabezas se proyectan hacia adelante. No ceden, se aferran. Incluso hasta la mandíbula está apretada.
Tales cuerpos han abdicado gran parte de su libertad de movimiento; sin embargo no han adquirido la estabilidad por la cual están pagando un alto precio. Por el contrario, su insistencia en la estabilidad los ha hecho incluso más inestables y ha acortado sus reflejos animales con una tensión avasalladora. Tales cuerpos caen fácilmente en un manchón de hielo o en una alfombra sobre un piso recién encerado. Tales mentes – inseparables de su actitud física- caen más fácilmente también en las manchas de hielo metafóricas y en las alfombras resbaladizas a lo largo del camino de la vida.


Hay otras fuerzas aparte de la gravedad ante las cuales nuestra conciencia dolorosa y callosamente ignora. Por ejemplo, las inclinaciones y las vueltas que da la tierra trayendo ciclos de luz y marea y las estaciones.
Le damos poca atención conciente a esta fuerza, pero la gravedad es la que más nos afecta directamente. La mayoría de los estímulos que llegan para ser procesados por nuestro sistema nervioso vienen por la actividad muscular gatillada por la gravedad. En breve, podría decirse que nuestro local a la calle invierte gran parte de su tiempo en contestar peticiones rutinarias para que no nos colapsemos, mantener la cabeza erguida sobre el pecho, el cuerpo retirado del piso. No importa cuán bien equilibrados estén nuestros huesos unos sobre otros, como la pila de sillas en el acto del malabarista; los músculos están constantemente haciendo pequeños ajustes- acortándose o alargándose en contra de sus antagonistas,- para evitar que se desmorone y quede convertido en un montón. Los músculos de algunas personas lo hacen mejor que otras, más eficiente, económica, sencilla y elegantemente. Al igual que algunos esquiadores que esquían más estética y livianamente, agradando más.


El esquiador centrado
Denise Mc Cluggage
Editorial CUATRO VIENTOS

miércoles, 6 de junio de 2007

Técnicas



¿Puedes mantener tu alma en su cuerpo,
Sujetarte bien al único
Y aprender así a ser de una pieza?
¿ Puedes concentrar tu energía,
ser suave, tierno,
y aprender así a ser niño?

¿Puedes conservar el agua profunda quieta y clara
de manera que refleje sin distorsión?
¿ Puedes amar a la gente y hacer cosas,
y hacerlo sin hacer?

Abrir, cerrar la Puerta del Cielo,
¿ puedes ser como un pájaro y sus polluelos?
Atravesando con brillo penetrante el cosmos,
¿ Puedes saber sin saber?

Dar a luz, alimentar,
llevar y no poseer,
actuar y no reivindicar,
dirigir y no gobernar:
tal el poder misterioso.


Tao Te King


La Representación corporal

Mi cerebro guarda la fotografía
De una niña que juega con su muñeca
Bajo la mirada sonriente de sus padres
Y la de una joven
Sentada en un bar estudiantil
Tomando una taza de café
Y la de una mujer
Estrechándose sobre una máquina de escribir
Y guarda también
La muñeca,
La mirada de los padres,
El bullicio,
La silla
Y la máquina
Y además la mano que juega, la mano que toma la
taza de café, la mano que golpea la máquina.
Pero mágicamente destruye todo
Ante la fuerza arrolladora de este instante.


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Modelo para armar

Así como la sensación es un disparador de conductas en el ser humano,
también es el punto de partida para la construcción del esquema y de la imagen; la conexión entre el modo de pensar de la neurología y el de la psicología; la convergencia entre la conciencia y el inconsciente corporal, entre lo conocido y lo desconocido en el cuerpo.
La representación corporal se configura por una asociación estructurada de sensaciones que provienen de los sentidos. Por intermedio de esta representación, esquema e imagen son integrados en la conducta, en el movimiento, en la postura, pasando por los diversos centros nerviosos que aportan diferentes calidades, o distintas experiencias emocionales.
Las sensaciones que alimentan la representación provienen de los sentidos más ortodoxos- vista, oído, tacto, gusto, olfato- pero también de otros menos conocidos. Hay una sensibilidad superficial y una profunda. La sensibilidad superficial abarca sensaciones térmicas, táctiles, dolorosas. La profunda, con denominaciones específicas, se refiere a la sensibilidad en relación con sensaciones vinculadas a la presión, al peso, vibratorias, al sentido del movimiento, al sentido de la posición, a las sensaciones dolorosas profundas viscerales. Sensaciones que llegan desde el interior del cuerpo, de los receptores, de las articulaciones.
También sensaciones que provienen de otros cuerpos. La mirada, la postura, el cuerpo de los otros, nos van construyendo la representación. Sin el conocimiento del cuerpo del otro, sería imposible el conocimiento de nuestro propio cuerpo y la estructuración de su representación dentro de cada uno.
Schilder, que ha investigado con detenimiento este tema, concluye que el conocimiento del cuerpo propio es secundario al conocimiento del cuerpo de los demás. Esta afirmación me ha sido útil para pensar en la existencia de una
‘’ representación corporal de la pareja’’ y de una ‘’ representación corporal de la familia’’, que actuarían en cada representación corporal.
El cerebro pone orden y da la orden. Una red de catorce mil millones de células interconectadas hacen posible el aprovechamiento de los mensajes corporales.
Los dos hemisferios del cerebro son verdaderamente dos cerebros diferenciados, especializados. El izquierdo controla el lado derecho del cuerpo y el hemisferio derecho, el izquierdo (con excepción de las personas zurdas).
El hemisferio izquierdo razona, habla; el otro es la metáfora. Este es un tema de gran interés en la temática más general del lenguaje del cuerpo. Diversas experiencias corporales buscan desarrollar el hemisferio de las intuiciones antes que el de los razonamientos; el hemisferio de la imagen antes que el de las palabras. Frente a una educación más mentalista, orientada en la dirección del hemisferio izquierdo, ponen énfasis en una educación de la sensibilidad como un instrumento del aprendizaje.
Una verdadera educación física, que aproveche todas estas ideas, se preocupará por ser una educación para los sentidos. Se interesará en despertar la sensibilidad y su expresión en la conducta del cuerpo y del cerebro como objetivo importante.
Hasta que se completa la maduración del cerebro, en los primeros años de vida, en el niño están abiertos los canales para un libre contacto con las sensaciones. En esta etapa se sientan las bases de un pensamiento no desconectado de las percepciones corporales. Esto no debería significar hacer de los dos hemisferios una nueva ideología de los dualismos. Tenemos varios cuerpos posibles, aunque muchas veces vivimos en el mismo cuerpo. La indagación de la representación corporal es ir al encuentro de esas posibilidades.

Susana Kesselman
El Pensamiento Corporal
Paidós





martes, 15 de mayo de 2007

Respirar es vivir



Respiro...
me respiro.
Inspiro y llego hasta donde puedo
en las profundidades de mi ser.
Lentamente, espiro...
Y manifiesto esto que soy
doy lo mejor.

María cristina Labajos



El aire y la respiración son uno de los pilares del zen. Desde el nacimiento hasta la muerte estamos respirando. Pero la mayoría del tiempo no solemos reparar en ello. Dormidos, distraídos, desmayados, caminando o acostados...siempre respiramos. Y a pesar de ser algo esencial solemos pasarlo por alto. Esencial no sólo a los seres humanos sino también a los animales, a los minerales, a las plantas.
Todos respiramos para vivir. Todo el mundo respira. El cosmos entero es una gran respiración. Constantemente estamos en intercambio, religados por ese aire. Un aire que es común a todos y por lo tanto no nos pertenece. Sin embargo, y al mismo tiempo, cada uno debe respirar por sí mismo. Cada uno es responsable de su respiración, de su vida.
De modo que es una paradoja: todos somos iguales, pero cada uno es diferente. Todos respiramos el mismo aire, pero cada uno debe hacerlo por sí mismo.
En la Biblia está escrito que Dios tomó barro y modeló un cuerpo a su imagen y semejanza. Y luego a ese cuerpo le dio vida. Le dio su aliento, su aire. Es decir: le dio un alma.
Es interesante saber que la palabra griega que designa el alma es pneu. De ahí derivan luego neumotórax, neumobronquios, neumático... Todo aquello que contiene aire. Pero en su esencia el aire es el aliento de vida, el alma, la vitalidad de todos los seres y las cosas.
Cuando una persona está con espíritu bajo, deprimida, se dice que está desanimada. Si se la quiere ayudar hay que darle aliento, alentarla.
Alentar es dar aire, dar ánimo, dar una suerte de empuje de energía.
El esquema de la respiración se basa en exhalar e inhalar, en dar y recibir. Esa es la vida del Cosmos, nuestra vida: dar y recibir.
La mayor parte de nuestras dolencias, de nuestro sufrimiento, de nuestros errores, tienen su origen en una respiración deficiente. Respiración que se basa en querer recibir lo máximo posible entregando lo mínimo. Sin darnos cuenta que ello nos conduce a enfermedades como la hipertensión, la arterioesclerosis, la artritis, el estreñimiento; acentuando el egoísmo y perpetuando el sufrimiento.
Los seres humanos somos tan tontos que no nos damos cuenta que podemos ser felices y completamente libres ahora. Que eso está aquí y se manifiesta inmediatamente en el acto de dar.
Dar y exhalar van juntos. Vaciando los pulmones se crea un hueco, un espacio, la posibilidad de que aire vivo y fresco pueda entrar.
Si se lo da todo se lo recibe todo. Sólo dar, exhalar, soltar. Darse completamente a la vida es exhalar, ir hasta el fin, vaciarse.
La medida en que uno da es la medida en que recibe.
Es una Ley. Si se presta atención a la exhalación podrá comprenderse esta Ley. Si se comprende esta Ley, se comprenden todas las leyes del Universo.
Vaciarse, dar todo el aliento, ir hasta el fin, es el gran secreto del zen.


Jorge Bustamante
(doyo Zen Ermita de paja).



La Conexión con el centro


Me sirvo de la respiración como indicador esencial de lo que le ocurre al paciente; y como la expresión de su estado emocional. El restablecimiento del equilibrio de la energía emocional está intrínsecamente relacionado con el restablecimiento del equilibrio de la respiración que a mi juicio no se puede trabajar con una sin trabajar con la otra. La pulsación respiratoria relajada da una sensación de centro. Decimos que una persona es “centrada’’ cuando está conectada con el ritmo de su respiración. En sentido estricto, el centro de gravedad del cuerpo está en el hara, unos cinco centímetros debajo del ombligo. Cuando una persona flota en el agua su peso se distribuye a ambos lados de ese punto. La angustia quiebra el ritmo de la respiración, genera una contracción y el individuo se hunde: perdió la conexión con el centro.
La respiración tiene un ritmo semejante al del mar. Vemos las olas ascendiendo y cayendo en el abdomen y el pecho; si aguzamos los oídos, podemos percibir el sonido del aire que entra y sale. Podemos posar las manos sobre la superficie del cuerpo y sentir la inflación y deflación del tronco. En la inspiración, el tronco se expande y un impulso de alargamiento recorre la columna vertebral. En la espiración el sujeto se empequeñece. Exhalar es rendirse y soltar. Inhalar es llenarse y contener, una preparación para la acción.
Sentimos nuestro centro emocional en el corazón; el centro energético se siente en el hara. Si el diafragma está relajado, esos dos centros están conectados y se sienten unificados; si el diafragma está tenso, la conexión se interrumpe. Entonces es posible conectarse con el corazón, pero este no tiene el soporte de la energía de la mitad inferior del cuerpo. Por otro lado, se puede sentir vitalidad y poder en el hara, mientras que en el centro del corazón uno está contraído, o vacío y frío. Estos centros son ”el del amor” y “el del poder“. Cuando están divididos tenemos amor sin poder o poder sin amor. Cuando la conexión del diafragma está abierta, tenemos una persona centrada en el poder del amor.
De modo que la respiración puede ser tanto expresión de espontaneidad como reflejo del condicionamiento del carácter. El modo como una persona respira transmite sentido del ritmo y bienestar interior, o comunica estrés, malestar, presión o incomodidad.

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David Boadella
Corrientes de vida, una introducción a la biosíntesis
PAIDÖS