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martes, 4 de septiembre de 2007

Los Sentidos

’Es el cuerpo el que siente verdadera hambre, verdadera sed, verdadero goce en el sol o en la nieve, verdadero placer en el olor de las rosas...
Todas las emociones pertenecen al cuerpo y la mente lo único que hace es reconocerlas.’’
D.H.Lawrence




Una mente que se expande a una idea nueva
nunca vuelve a su dimensión original.
Oliver Wendell Holmes

Cuando nos describimos como seres ‘sensibles’ (del latín sentire, sentir, del indoeuropeo sent-, dirigirse a , ir ; de ahí , ir mentalmente) , lo que queremos decir es que somos conscientes. El significado más literal y amplio es que tenemos percepción sensorial. En inglés existe la expresión To be out of his senses, estar fuera de sus sentidos, para representar la locura. La imagen de alguien arrancado de su cuerpo, vagando por el mundo como un espíritu desencarnado, parece imposible. Sólo a los fantasmas se los representa como ajenos a sus sentidos, lo mismo que a los ángeles. Liberados de sus sentidos, preferimos decir, si lo hemos pensado como algo positivo, por ejemplo, el estado de serenidad trascendental de las religiones asiáticas .Ser mortales y sensibles es a la vez nuestro pánico y nuestro privilegio .Vivimos atados a la traílla de nuestros sentidos. Aunque ellos nos permitan expandirnos, también nos limitan y restringen, pero debe reconocerse que lo hacen hermosamente. El amor también es una hermosa restricción.
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Nos agrada pensar que somos criaturas magníficamente evolucionadas, con nuestro traje y corbata, gente que vive a muchos milenios y muchas circunvoluciones mentales de distancia de la caverna, pero nuestros cuerpos no están convencidos de ello. Podemos darnos el lujo de estar en la cima de la cadena alimentaria, pero nuestra adrenalina sigue fluyendo cuando nos enfrentamos con predadores reales o imaginarios. Incluso alimentamos ese miedo primordial yendo a ver películas de monstruos. Seguimos marcando nuestro territorio aunque ahora a veces lo hacemos con ondas de radio. Seguimos luchando por la posición y el poder. Seguimos creando obras de arte para realzar nuestros sentidos y sumar más sensaciones aún al mundo ya lleno de ellas, de modo que podamos anegarnos en el lujo inagotable de los espectáculos de la vida. Seguimos aferrándonos con doloroso orgullo al amor, el sexo, la lealtad y la pasión. Seguimos percibiendo el mundo en toda su móvil belleza y su terror, allí mismo en el latir del pulso. No hay otro modo. Para empezar a entender la magnífica fiebre que es la conciencia, debemos tratar de entender los sentidos: cómo evolucionan, cómo pueden expandirse, cuáles son sus límites, a cuáles hemos puesto un tabú, y qué pueden enseñarnos sobre el fascinante mundo que tenemos el privilegio de habitar.
Para entender, tenemos que usar la cabeza, vale decir, la mente. En general, se piensa en la mente como algo localizado en la cabeza, pero los últimos hallazgos en psicología sugieren que la mente no reside necesariamente en el cerebro sino que viaja por todo el cuerpo en caravanas de hormonas y enzimas, ocupada en dar sentido a esas complejas maravillas que catalogamos como tacto, gusto, olfato, oído, visión.
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Hay un punto más allá del cual los sentidos no pueden llevarnos. El éxtasis equivale a ser extraídos de nuestra persona corriente, pero implica todavía sentir una conmoción interior. El misticismo trasciende el aquí y ahora en beneficio de verdades más altas que no entran en la camisa de fuerza del lenguaje; pero esa trascendencia es registrada por los sentidos también, como una corriente de fuego en las venas, un estremecimiento en el pecho una entrega en los huesos. El propósito de las experiencias de salida del cuerpo es despojarse de los sentidos, pero no pueden lograrlo. Se puede llegar a ver desde una nueva perspectiva, pero sigue siendo una experiencia de la visión.
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Por conveniencia, y quizá con un encogimiento de hombros mental ante las demandas excesivas de la vida, decimos que hay cinco sentidos. Pero sabemos que hay más, y querríamos explorarlos y canonizarlos. La gente que sabe hallar una veta subterránea de agua probablemente responde a un sentido electromagnético que todos tenemos en mayor o en menor medida. Otros animales, como mariposas y ballenas, viajan en parte leyendo los campos magnéticos de la tierra. No me sorprendería enterarme de que nosotros también tenemos esa conciencia magnética, ya que también fuimos nómades durante gran parte de nuestra historia. Somos tan fototrópicos como las plantas; la luz solar nos revive, y esto debería considerarse un sentido distinto de la visón, con la que tiene poco que ver. Nuestra experiencia del dolor es por completo distinta de los otros orbes del tacto. Muchos animales tienen percepciones sofisticadas, como la infrarroja, calorífica, electromagnética y otras. La mantis religiosa usa ultrasonido para comunicarse. Tanto el cocodrilo como el elefante usan el infrasonido. El ornitorrinco mueve su pico de pato hacia arriba y abajo cuando está bajo el agua, pues lo usa como antena para captar señales eléctricas de los músculos de los crustáceos, sapos y peces pequeños de los que se alimenta. El sentido vibratorio, tan desarrollado en arañas, peces, abejas y otros animales, debería ser más estudiado en los humanos. Tenemos un sentido muscular que nos guía cuando levantamos objetos: al instante sabemos si son pesados, livianos, sólidos, duros o blandos, y podemos calcular cuánta presión o resistencia será necesaria. Somos conscientes todo el tiempo del sentido de la gravedad, que nos dice dónde es arriba y dónde abajo y cómo reacomodar nuestro cuerpo si caemos o trepamos o nadamos o nos doblamos en un ángulo no habitual. Está el sentido propioceptivo, que nos dice en qué posición está cada componente de nuestro cuerpo en todo momento. Si el cerebro no supiera siempre dónde están las rodillas o los pulmones, sería imposible caminar o respirar. Parece haber un complejo sentido del espacio que, en la medida que avancemos en una era de estaciones o ciudades orbitales y viajes prolongados por el espacio exterior, será preciso comprender en detalle.

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Nuestros sentidos también están ávidos de novedades. El menor cambio los pone alertas, y envían una señal al cerebro. Si no hay cambio, si no hay novedad, dormitan, y registran poco o nada. El placer más dulce pierde su encanto si dura demasiado. Un estado constante, así sea de excitación, con el tiempo se vuelve tedioso y se borronea, porque nuestros sentidos evolucionaron para informar sobre cambios, y es lo nuevo y lo sorprendente lo que debe ser evaluado: un bocado que probar, un peligro repentino. El cuerpo considera el mundo como un estratega prudente estudia un campo de batalla complejo, siempre en busca de tácticas convenientes. De modo que no sólo es posible sino inevitable que una persona se acostumbre a los ruidos y la conmoción visual de las ciudades y deje de registrar de modo constante estos estímulos. En cambio, la novedad siempre llamará la atención. Siempre existirá ese momento especialísimo en que uno se enfrenta a algo nuevo y comienza el asombro.
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Comenzó en el misterio y terminará en el misterio. Por mucho que podamos explorar los grandes y pequeños principios de la vida, sus detalles cautivantes, y desentrañarlos y aprenderlos de memoria, siempre habrá vastos campos ignotos que nos atraerán. Si la ignorancia es la esencia de la aventura, siempre habrá ignorancia suficiente para hacer zumbar la vida y renovar nuestro asombro. Hay gente a la que irrita que por mucho y muy apasionadamente que lo estudien, el universo siga inescrutable. ¨Por mi parte¨ , escribió una vez Robert Louis Stevenson, ¨viajo no para ir a alguna parte, sino para ir. Viajo por el viaje mismo. La gran cuestión es moverse.¨ La gran cuestión con la vida es vivir de modo tan variado como sea posible, cultivar nuestra curiosidad como un pura sangre nervioso, montarlo y galopar por las colinas inundadas de sol todos los días. Donde no hay riesgo, el terreno es llano y estéril, y a pesar de sus dimensiones, sus valles, montañas y atajos, la vida carecerá de su magnífica geografía, no será más que una distancia. Empezó en el misterio, y terminará en el misterio, pero ¡qué salvaje y hermoso país hay entre ambos extremos!



HistoriaN atural de los sentidos

Diane Ackerman ( fragmentos del prólogo y postfacio).

Emecé

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