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martes, 3 de julio de 2007

Surcando con la gravedad

No sé quién sería que descubrió
El agua, pero estoy seguro que
no fue un pez.

Marshall mc Luhan



Campos dentro de campos

El cuerpo es una estructura/ proceso que puede equilibrarse en el campo de la gravedad interrelacionándose e interactuando de tal modo con ella que pareciera que estos huesos anduvieran caminando tan livianamente como si estuvieran montados como un candelabro, tan sueltos como un garrapateo, con movimientos fáciles y gráciles. Danzando, deslizándose. O también puede ocurrir un desentonado con la gravedad, siempre luchando con ella, músculos flexores en una rebelión rígida: las rodillas trabadas y hacia atrás, la pelvis inclinada y la cabeza hacia delante sobre su vértice luchando contra su peso.
Consideren el cuerpo (o mejor aún la mente/ cuerpo, porque únicamente con las palabras podemos separar lo inseparable) como un campo de energía puesto dentro del campo de energía más grande de la gravedad. Las fuerzas incrementándose la una a la otra o cancelándose la una a la otra, cooperando o chocando. El funcionamiento de una persona –mental, física y emocionalmente- depende de cómo su campo personal se relaciona con los campos más amplios en que vive. En breve, el buen funcionamiento depende de si es sostenido por la gravedad (alimentado por ella) o atacado por ella.
La forma humana es anatómicamente una creación arriesgada puesta en el campo gravitacional como una inestabilidad inherente. La gente no está construida ni como los galpones ni como los muros de piedra –o ni siquiera como los cuadrúpedos que tienen apoyo en sus cuatro esquinas -;la gente más bien, es como las pirámides invertidas, equilibrándose aventuradamente. A diferencia de los sonrientes muñecos porfiados, que siempre se levantan desde sus traseros redondeados, el cuerpo humano lleva su centro de gravedad muy alto sobre una sección inferior bifurcada. Para mantenerse erecto hay que hacer ajustes constantemente. Se requiere energía para mantener a uno de estos muñecos tumbados, se requiere energía para mantener a una persona en pie.
La forma humana sacrifica una estabilidad sólida en aras de una relación dinámica con su mundo. Más susceptible a caídas, más dependiente de su equilibrio inherentemente osado, el cuerpo humano ha conquistado una flexibilidad en los movimientos direccionales que no es compartido con otras criaturas. Por ejemplo, la figura tiene la capacidad de girar rápidamente sobre un eje central: puede rotar. En su uso esta capacidad puede ser tan asombrosa como un giro veloz de Dorothy Hamill y/o tan ponderada como el cambio de dirección del mozo que sirve la mesa. Las criaturas de cuatro patas no tienen esa capacidad pivotal de girar, lo que en parte cuenta del humor (y el pathos) inherente en un perro que se persigue la cola o un oso bailando sobre sus patas traseras al son del acordeón.
La fuerza de gravedad actúa sobre un cuerpo en una línea vertical, perpendicular a la superficie de la tierra, la dirección del palo de la bandera. Ese es el punto muerto sobre el que gira Dorothy Hamill y sobre el cual todos nosotros giramos. La simetría con que opera u cuerpo alrededor de ese núcleo determina lo bien que el individuo se relaciona con el campo de gravedad, la plenitud con la que se nutre en la mesa de la gravedad. La relación es una relación dinámica, las diferentes partes del cuerpo, cooperando en el espacio y en la actividad. Ni la “postura” ni todas sus implicaciones de rigidez militar tienen lugar aquí. Estamos preocupados con el uso y el equilibrio en uso.
Cuando las partes del cuerpo están mal alineadas, el equilibrio se resiente y la gravedad es menos amistosa. Comienza la batalla. Los cuerpos así parecen rechazar el acuerdo hecho con la naturaleza; a saber acepta las incertidumbres inherentes a la posición vertical y serás agraciado con una maravillosa facilidad de movimiento.
Los cuerpos que dicen no a esto, están buscando fútilmente la estabilidad en su rigidez. Van tropezando por la tierra sobre piernas insensibles y se paran en la forma más rígida posible, pretendiendo un control ilusorio. Sus hombros se encogen ante el desafío, sus cabezas se proyectan hacia adelante. No ceden, se aferran. Incluso hasta la mandíbula está apretada.
Tales cuerpos han abdicado gran parte de su libertad de movimiento; sin embargo no han adquirido la estabilidad por la cual están pagando un alto precio. Por el contrario, su insistencia en la estabilidad los ha hecho incluso más inestables y ha acortado sus reflejos animales con una tensión avasalladora. Tales cuerpos caen fácilmente en un manchón de hielo o en una alfombra sobre un piso recién encerado. Tales mentes – inseparables de su actitud física- caen más fácilmente también en las manchas de hielo metafóricas y en las alfombras resbaladizas a lo largo del camino de la vida.


Hay otras fuerzas aparte de la gravedad ante las cuales nuestra conciencia dolorosa y callosamente ignora. Por ejemplo, las inclinaciones y las vueltas que da la tierra trayendo ciclos de luz y marea y las estaciones.
Le damos poca atención conciente a esta fuerza, pero la gravedad es la que más nos afecta directamente. La mayoría de los estímulos que llegan para ser procesados por nuestro sistema nervioso vienen por la actividad muscular gatillada por la gravedad. En breve, podría decirse que nuestro local a la calle invierte gran parte de su tiempo en contestar peticiones rutinarias para que no nos colapsemos, mantener la cabeza erguida sobre el pecho, el cuerpo retirado del piso. No importa cuán bien equilibrados estén nuestros huesos unos sobre otros, como la pila de sillas en el acto del malabarista; los músculos están constantemente haciendo pequeños ajustes- acortándose o alargándose en contra de sus antagonistas,- para evitar que se desmorone y quede convertido en un montón. Los músculos de algunas personas lo hacen mejor que otras, más eficiente, económica, sencilla y elegantemente. Al igual que algunos esquiadores que esquían más estética y livianamente, agradando más.


El esquiador centrado
Denise Mc Cluggage
Editorial CUATRO VIENTOS

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